La Oreja de Van Gogh presentó cantante y disco ante un abarrotado y marchoso Auditòrium. La banda sonó su presente y repasó sin complejos su pasado en un concierto con montaje de estadio.

Arrancó el grupo en contemporáneo, demostrando que en el XXI siguen apostando por su pop marca de la casa. La primera, una declaración de intenciones que pide Más. Después, sin pausa, sonó Sola, también del último, una historia de abandono que han construido sobre adictivas bases maquineras; pumba-pumba, pues, para reconocer que "el silencio es ahora un buen amante para escuchar". Se les coló al final un reconocible "...ven, acércate", con premeditación, para disipar cualquier tipo de dudas: Vendrían greatest hits.Para Pablo y compañía tuvo que ser extraño acostumbrarse a Leire cantando un pasado -su pasado- que ya no es sólo suyo; aunque lo sea. Pero la nueva y genuina Ella -siempre rockera, a veces Marisol- ha sabido hacer propias las nuevas y las viejas canciones, condición sine qua non para que esto funcionara. Quedó claro pronto, con Muñeca de trapo, la tercera, una tonada otrora empalagosa que ha mejorado con la galáctica distorsión que potencia el teclado de Xabi. Y se reafirmaría el acierto de su llegada con la quinta, ese esperado Cuídate, que comenzó reggae para avanzar más oscuro que de costumbre. Entre medias, tiempo para un sincopado y tierno Cuento sobre el agua; acaso la mejor letra, acaso la más sentida, de las catorce que han recogido en su homenaje al cine Astoria.
"Es pronto para comprender. Que pueda mirarte y verme a la vez". Siguieron los donostiarras con su lírica más delicada, con unas Palabras para Paula que la gente -incluidos Carlos Moyá y Carolina Cerezuela- no ha tardado en incorporar a la lista de las que se tararean al milímetro. Fue la que más palmeos colectivos arrancó, el punto de partida de un ratito acústico, que se prolongó con Cumplir un año menos, la mejor cantada de la noche. París fue la siguiente escala, ya anunciada al principio, necesaria para los congregados, un pedazo de su historia. Después, Tantas cosas que contar, para ratificar que lo bordaron con aquel Viaje de Copperpot publicado en 2000. Europa VII -rollito Coldplay, rollito Bowie- una más de su postrero trabajo dicográfico, probablemente el desvío (y muy acertado) más grande que se han atrevido a tomar. La primera versión, tributo a todo lo iniciático, también gustó, aunque la realmente esperada llegaría con los bises, algo más tarde, turno para El último vals y La playa, dos tratados de pop de radiofórmula.
Fuente: diariodemallorca.es
0 comentarios:
Publicar un comentario